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Parte i : Porqué soy feminista

Quito/Paris

Diciembre 2019/Enero 2020


“A feminist is any woman who tells the truth about her life”

-Virginia Wolf


“Pour une femme, dire l'intime c'est déjà changer le monde”

-Podcast “Intime & Politique”

Este texto nace de una reflexión sobre el postulado “lo personal, es político” como un principio básico y ya histórico dentro del movimiento feminista. “Lo que pasa en la intimidad es político”. Me pregunto así, ¿cómo hablar de cuestiones políticas más allá de experiencias puntuales e individuales? ¿Cómo conciliar lo que sucede en el espacio privado y profundamente íntimo y “sacar la voz”, para decir algo más? ¿Se puede partir de lo íntimo para pensar en cómo esto podría afectar a una colectividad, cómo esto podría decir algo más, a más gente?



Decidí involucrarme activamente en diversas colectivas/acciones feministas porque me di cuenta de cuánta ira venía acumulando dentro mía por las experiencias que guardan mis múltiples identidades sociales y experiencias en una ciudad del “norte global”. Soy de Quito y vivo en París. Me di cuenta de lo mucho que necesitaba del feminismo por primera vez cuando tuve riesgo de embarazo y mi “pareja” de aquel entonces, entiéndase por ello un hombre francés, blanco, se desentendió totalmente del asunto, diciéndome que no podía “atender” el problema, ya que estaba trabajando. Incluso me dijo que me “calmara” y no me volvió a contactar hasta días después. ¿Cómo yo, sí tenía que atender el problema? Como si yo no hubiera estado trabajando a tiempo completo, en un espacio de ocho metros cuadrados y ganando el salario mínimo, enfrenté esa situación sola.


Esa es la precariedad. Ese fue uno de los principales “déclencheurs”, detonadores, que me llevaron al feminismo, cuando me di cuenta de la total disparidad en la que me encontraba con esta persona. Por ser mujer de color (es decir, no blanca, no europea, ecuatoriana en la sociedad francesa) y por ser migrante.

El entender mi ser migrante no fue fortuito, vino después de experiencias dolorosas de aislamiento afectivo, de la toma de conciencia de la reducción o falta de relaciones sociales perennes, de vivir la afectividad y el amor a las distancias, después de vivir de modo cotidiano la desigualdad de derechos que tengo en Francia frente a lxs ciudadanxs europexs y francesxs y, muchas otras cosas más.


La precariedad se me acumuló de tantas formas ese año…sin embargo, ese fue el año de la “Luz”.


Tengo tantas cosas que decir que no sé por dónde comenzar, tengo tanta ira, tanto dolor, tanta indignación acumulada. Sólo sé que regreso siempre a dos puntos cruciales de mi identidad: mi género como mujer cis y mi clase social como migrante en un país de norte global. Estos dos rasgos identitarios han sido los más trascendentales de toda mi experiencia aquí. Poco a poco, múltiples vivencias se han ido tejiendo y engranando desde entonces y, decidí ser feminista el día que pasé adolorida, absolutamente sola en un cuarto subarrendado en París. Tomándome esa pastilla e inyectándome voluntariamente una bomba hormonal en el cuerpo. Y fue más doloroso aún cuando una persona a quien yo consideraba mi “amigo” me revictimizó diciéndome que estaba actuando como una “loca” por querer reclamarle corresponsabilidad a mi pareja.


Porque pareciera ser que tomamos conciencia el momento en que nos violentan, que nos agreden.

Yo soy responsable y sólo yo decido lo que quiero que suceda, o no, con mi cuerpo. Me dije también que no tendría nunca más intimidad con otra persona que no fuera empática, respetuosa, corresponsable, consensual, que no cuidara mi cuerpo y que no me diera placer.


Mi cuerpo migrante, mi cuerpo moreno, mi cuerpo estrellado, mi cuerpo de mujer.


Sí, el feminismo me salvó, como muchas otras lo han dicho tantas veces en el pasado. Me salvó del heteropatriarcado violento, misógino y sexista. Me sigue ayudando a encontrar mi propia voz y mi propio lenguaje, mi propio espacio, a darme existencia. Me salvó de querer una “casa”, con un “esposo”, con un auto; de desear una vida absurdamente heteronormativa como la sueñan muchas mujeres de clase media-alta en Quito. El curuchupismo me da ansiedad. Rechazo así, la cultura heterosexual y los juegos misóginos que quieren de mí “una mujer de bien”, una “mujer casada”, una “mujer respetable”. Los rechazo y los vomito.

Lo que es válido para mí, es lo que quiero de mí misma, no lo que la sociedad patriarcal proyecta en mí, o lo que quiere ver de mi cuerpo, o no.


Entonces regresando un poco, después de cuatro años de vivir en París, descubrí que tengo una carga mental particular, específica de las mujeres que migramos: es la carga mental de la “migrante”.


Podemos comenzar por toda la violencia administrativa que he experimentado desde mi día uno en Francia, cuando me obligaron a poner mis senos desnudos en una placa de metal fría para el examen obligatorio de tuberculosis en mi primera cita de validación de la visa, con una doctora que jamás había conocido antes ante quien me obligaron a desvestirme rápidamente cerca de una puerta medio abierta. Me dirán que soy yo la que elegí vivir aquí, y es totalmente acertado. Siempre quise mudarme a París, fue mi sueño y mi deseo y, así lo vi cumplirse. Después de dos años de estudiar en la Sorbona con una excelente beca para la maestría, me enfrenté a la vida “real” y cruda. El mundo salarial y capitalista. Trabajar para existir. Debo decir que lo experimenté muy tardíamente, porque soy consciente de mis privilegios como quiteña de clase media-alta. Es decir, nunca tuve que trabajar al mismo tiempo que estudiaba en Ecuador, mis padres cubrieron todos los costos de educación y de una universidad privada. Es decir, que nunca tuve que pagar una renta, nunca tuve que pagar por mi alimentación. Mi posición social en Ecuador permite que la vivienda, salud, educación, alimentación, y las afectividades, están dadas y esto no ocupa un lugar en mi mente. Esta clase social está íntimamente vinculada al mestizaje, ya que éste en Ecuador es “la norma”. Ser mestiza, es pertenecer al grupo ético y social que tiene en sus manos el poder cultural, económico y simbólico: no somos minoritarias, ni minorizadxs, ni somos racializadxs negativamente. Y lo más problemático del mestizaje, es que en el fondo es un proceso de emblanquecimiento constante, de fundir, de borrar, cualquier fracción o característica que ponga en cuestión esta blanquitud tan deseada; y si lo hubiera, no es motivo de orgullo alguno. Migrar, es efectivamente un desclasamiento social. Es darme cuenta, después de años de toma de consciencia, que soy una mujer sujeta a la racialización en los nortes globales. Fue aquí donde descubrí que me llaman “latina”, que soy “typée” y en donde me preguntan frecuentemente de donde vengo, de donde viene mi “acento”. Soy constantemente recordada que no pertenezco aquí.


Continuando con la historia, hace dos años y por culpa de la administración, ya que no había citas para la renovación de la visa, y aún pidiendo una con meses de antelación, me quedé sin papeles por casi dos meses. Sans papières. “Sin papeles”. ¿Qué significaba esto? Hasta esperar el día de mi “convocation”, me quedé solo con un papel arrugado y sucio que decía que tenia una cita a finales de enero. Era época de Navidad y trabajaba en Galeries Lafayette. Fue una de las épocas más depresivas de mi vida, poco antes había regresado por la primera vez a Ecuador, después de estar dos años non-stop afuera. La añoranza de mi familia, de mi tierra, era tal en esa época que me acuerdo de haber leído un grafiti en el metro que decía: Mon rêve est de revoir maman: “Mi sueño es volver a ver a mi madre” y lloré. Caí en depresión en esta primera estancia en la “madre tierra”. Me atravesaron tantas cosas interna y afectivamente, que quedé revolucionada por dentro. La segunda vez que regresé al Ecuador, fue un poco más dulce. Aprendí que cuando una sale de su nido, nada, nunca más, será igual otra vez a su regreso. Tus abuelas están más desgastadas que el año pasado, a tus padres les comienzan a salir canas, la Nala (mi perra) está menos activa y ya no corre.


Y después, una a una, nos van dejando.


El miedo a la muerte de los seres queridos a la distancia comienza a pesarme cada vez más.

Todos esos pequeños detalles siempre me punzan cuando regreso a Quito y cuando me voy.


Así, vivo constantemente, con un pie adentro y con un pie afuera, sin identificarme totalmente con la “ecuatorianidad” ni con la “franceseidad”, que en realidad nunca he sabido qué son. Todo siempre me ha parecido extraño y ajeno. Mi psicóloga me dice que vivo en un mundo de ambivalencias, entre querer/estar aquí y estar allá. Es una ambivalencia que me hace extrañar lo más profundamente Quito, y no poder dejar nunca París. Es la ambivalencia de que, a pesar de que amo esta ciudad (escribo esto desde París), aquí es dónde me afirmé como feminista, aquí es dónde he recibido muchos golpes, muchos sustos, es aquí donde al fin pude tomar un espejo y verme a mí misma. Por eso amo profundamente esta/mi ciudad. Porque es/fue mi elección, porque es/fue mi madurez, y a la vez, me da y me sigue dando los golpes más duros. Sin embargo, no me quedo en una posición de victima.


Aquí también comprendí que ser migrante es ser de otra clase social. A menos que puedas llegar a “blanquearte” lo suficiente para que seas considerada como una “migrante de bien”. La “integración” y la “asimilación” a la República Francesa es un objetivo y un lenguaje generalizado cuando se trata de migración. Lxs suficientemente integradxs o asimiladxs a la cultura francesa son aquellxs que se funden en un republicanismo universalista que no reconoce la diversidad de sus orígenes, religiones, etnicidades y más. Este “integracionismo” para mí, es olvidar lo que eres, de dónde vienes, emblanquecerte para ser percibida “positivamente” como una “buena migrante”. Es olvidar y esconder cualquier rasgo que delate tu diferencia, que es percibido además, como un peligro para el universalismo republicano y es objeto de muchas tensiones. Ser una buena migrante, es volverte una petite française, “pequeña francesita” y renunciar a todo lo que pudiera darte un poco de “color”.


Lo blanco odia el color, me dijo un gran amigo una vez.

Y es cierto.


Después de asimilar mi estatus como “sin papeles”, nunca más me vi a mi misma como una “estudiante en París”. Ahora soy una migrante en París. Porque la movilidad-inmovilidad, las definiciones estado-nacionales y las políticas públicas que me ciblent, me atraviesan, transforman y estructuran absolutamente mi experiencia, mi percepción de la realidad y la forma de organizarme, con seis meses de anticipación, incluso más, para poder hacer todos los papeles necesarios en la prefectura y que pueda proyectarme en el avenir. El tiempo de la procédure de visa se traduce en vivir en el limbo hasta tener respuestas. Es no poder organizarse para salir de Francia, si eso está en la lista de las cosas que quisiéramos hacer, es esperar para firmar un contrato de trabajo a tiempo completo mientras la visa salarié salga, es quedarse, simple y llanamente, en el limbo hasta que tu situación sea regularizada. Y eso se traduce en no poder proyectarse muy lejos al futuro, porque la administración valida o bloquea tus proyectos. Es comenzar alistar los papeles desde meses antes de que tengas una cita (si es que finalmente logras tener una). “Alistar los papeles” es mostrar que tienes una vivienda, dónde tienes un contrato a tu nombre, o tener una “attestation d’hébergement” reciente, es mostrar cierta cantidad de dinero en el banco, que tienes un trabajo o los recursos necesarios para mantenerte, que no tienes ayudas del estado, que ya estás inscrita a la universidad (es decir que hayas pagado o estás por pagar), es tener un pasaporte válido… es alistar todo esto, y después de la cita cuando entregas los papeles, esperar la respuesta, a veces varios meses. “Alistar los papeles” consiste básicamente en mostrar el acceso a lo que muchas que migramos no lo tenemos dado. Sobre todo la vivienda, que es cada vez más difícil acceder en París y además es exorbitantemente caro. Este “modus operandi” que he desarrollado inconscientemente, comienza a dejarme traces en mi psicología y en mi manera de adelantarme siempre a los problemas y a las posibles desgracias.


Poco nos importa, o poco sabemos sobre las emociones y los sentimientos de las personas que migramos, poco sabemos hasta qué punto toda la experiencia podría afectarnos o no, en nuestra psicología y en nuestra vida material. Las cargas materiales y la falta de afectividad de las personas que migramos son subestimadas, nuestras percepciones de la realidad, nuestras emociones, nuestra carga mental y material son poco o nada consideradas. Necesitamos más empatía y necesitamos políticas públicas adaptadas a las formas complejas de nuestras migraciones.


Regresando a la historia, quería decir que estaba atrapada en Francia, sin poder salir hasta tener el famoso “récépissée” que me da de nuevo la existencia administrativa en el territorio. Quería decir que me quedaba a pasar en París una de las navidades más tristes, grises y duras que he tenido que pasar en toda mi existencia. Además, simbólicamente, être sans papières fue un estigma para mí. Me afronté a la arista amarga de la administración. Pocos meses después, tuve mi “titre de séjour” o título de residencia. Después de eso, las cosas tampoco fueron fáciles. Comencé a trabajar en una organización francesa para lxs refugiadxs. Fue una de las experiencias más conmovedoras que he tenido en mi vida. Mi trabajo quedaba no muy lejos de mi casa, y por primera vez toqué esta realidad tan cruda y violenta de lxs pedidorxs de asilo, sus trayectos y sus vidas ahora en Francia. Sentada en la silla de mi oficina me decía: ¿cómo una quiteña migrante está sentada aquí trabajando para refugiadxs que vienen de diversos países del mundo en París? Siempre he sido muy reflexiva respecto a mis actividades en el trabajo y en la universidad, hasta tal punto que me parecen un poco surrealistas. Fue la época en la que estudié un segundo máster, del cual solo me faltaba entregar mi “mémoire” o tesis para graduarme. Logré hacerlo mientras trabajaba a tiempo completo, en una tierra que no era mía, en una lengua que no era la mía, y en donde las redes sociales y los vínculos solidarios se volvieron en esa época, cada vez más frágiles y reducidos, como en todo centro capitalista que lo que busca es exacerbar la individualidad.


Dudaba en si contar lo que pasó después de que se acabó mi contrato. Me siento avergonzada aún, pero es parte de mi historia. A la semana de comenzar mi doctorado sin financiamiento, tuve un episodio de estrés intenso que me llevó directamente al hospital. No es evidente no tener financiamiento para tus estudios cuando decides migrar y cuando vives en una sociedad donde el capitalismo salvaje es el modo de vida. Así, mi experiencia me dice que NO somos iguales a las personas europeas o francesas con las que nos relacionamos todos los días. Este evento, me afectó de una forma tan poderosa que me costó meses recuperarme de lo que fue para mí un evento traumático.

Una vez en el metro de la línea 7, leí: “La manifestation du capitalisme dans nos vies, c’est la tristesse”/ “La manifestación del capitalismo en nuestras vidas es la tristeza”, y es totalmente cierto. Después, tantas cosas de tantos valores han sucedido desde ese momento, como muchísima acumulación de culpabilidad por el hecho de mi nacionalidad, la discriminación administrativa en el trabajo por no ser francesa o europea, no gozar del chômage o desempleo aún cuando he trabajado declaradamente desde hace años y he aportado al pole emploi y a la seguridad social, y así los ejemplos continúan.



Hasta que no nos sucede, no nos damos cuenta del rol tan grande que todas estas experiencias juegan en el autoestima, en la imagen de una misma y cómo esto es una bola de nieve que nos puede arrastrar moralmente en casi todos los aspectos de la vida. Pero nos dicen que sonriamos, que no estamos trabajando lo suficiente mejorar nuestra situación, nos dicen que el autoestima depende de nosotras mismas, nos dicen que nos inscribamos a una clase de yoga, que paguemos un coach personal, que cambiemos de actitud y dejemos de quejarnos, porque atraemos toda ésta negatividad.



Entonces, apenas había comenzado el doctorado, tuve que dejarlo durante dos meses hasta que se estabilizaran mi situación económica, mi salud física y psicológica. No es fácil para mi describir la humillación y la culpabilidad que sentí en los siguientes meses tras el evento “hospital”.


En fin, siento que sólo estoy contando las cosas “malas” que me han pasado, pero quisiera decir que en vez de “malas” son los eventos que han marcado mi vida y mi forma feminista decolonial de pensar.

Lo que sé es que mi cuerpo ha vivido demasiados traumatismos psicológicos por la carga mental de la “migrante”, por la constante de la visa, por deber explicar a mis jefas, a mis amigas europexs, la violencia y la carga que es, cada vez que paso por la prefectura. A niveles macro-estructurales, la construcción del estado-nación y sus fronteras me parecen extremadamente violentas, sobretodo para aquellas que deseamos la movilidad, y cuando hay que “probar” constantemente tu existencia y tus proyectos en un territorio que no es el tuyo. La violencia es estructurante y sólo me queda resignarme, faire avec como dicen lxs francesxs. Todo esto es parte del año que yo llamo “Luz”.


El año siguiente es el año “Emancipación”. Una palabra que tanto usamos, con la que tengo una relación amor/odio por su exacerbado uso oenegeísta y neoliberal de la “liberación” de las mujeres. En fin, ese será otro tema. Estoy en el año de la Emancipación.


Es increíble cómo veo todo retrospectivamente, tanta experiencia marcada en mi cuerpo, que recién ahora estoy nombrando y descifrando. En este año, he afianzado todas mis convicciones feministas. Es el año del encuentro, de coloquios, de congresos, de viajes, de libertad; además marcados profundamente por dos eventos que radicalizaron aún más mi posición como feminista. Y como dice bell hooks, no hay que tenerle miedo a la palabra radical, que es simplemente atacar la raíz del problema (= el capitalismo y el patriarcado).


No queremos un pedazo del pastel, queremos cambiar la receta.


El primer evento sucedió el 9 de febrero a las 12am, un tipo me siguió desde una plaza hasta la puerta de mi casa y quiso entrar conmigo. Esto aún no tiene nombre, pero es algo que sucede con frecuencia en París. El sentimiento es el de la devoración, el de no saber cuál es el siguiente paso… el sentimiento de que pude ser violada. Ahora solo oigo en mi cabeza “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”, cuando el día que fui a poner una denuncia, la policía de la comisaría de mi barrio (el 18e) me preguntó cómo estaba vestida el día de la agresión. El segundo evento es el feminicidio de nuestra antigua directora del trabajo, la que creó nuestra organización.


Todo lo que destruye el patriarcado, lo hace tan desgarradoramente… No deja nada en su camino, y una tiene el sentimiento de que hay que salvarse de algo, de algo que te puede matar.


Lo siguiente fue la desolación, la falta de control, las iras, la incertidumbre… la soledad.


Creo que este evento fue el detonador que necesitaba para despertar de mi comodidad, para poder activarme y conocer más a las colectivas feministas existentes en París, para organizarnos, para contactar a compañeras feministas con las que me siento en el mismo espíritu y con las que me siento segura. Más allá del trabajo que hago para poder tener una vida digna, es el feminismo lo que tiene mucho sentido para mí.


Así, hemos llegado a este año. Que aún no tiene nombre, pero que está lleno de esperanza.

En el que quiero deshacerme de todo sexismo y racismo que aún puede quedar en mí y reflexiono sobre mi clase social y todos sus privilegios. Me quiero encontrar con mujeres, personas trans, personas no binarias, queer of color, personas de otras clases sociales y de “estatus administrativos” diversos, con las que dialogar y ser/hacer comunidad. Ser/hacer asamblea. Creo en un feminismo horizontal y sin fronteras. Creo que debemos reconstruir el movimiento feminista desde la solidaridad política y con conciencia de nuestros privilegios estado-nacionales, nuestro sexismo, racismo, clasismo. Necesitamos cuestionar la posible existencia de pensamientos y prácticas neocoloniales dentro del movimiento.


Tenemos que descolonizarnos de manera urgente.


Es lo que busco y lo que me da sentido. Quiero reunirme con otras feministas, quiero discutir, quiero conocer, quiero leer, quiero crear lazos de sororité, adelphité, reconstruir el movimiento feminista y pensar en formas de horizontalizarlo de la forma más vasta, como des-academizarlo, des-blanquizarlo y des-universalizarlo. Hacerlo un feminismo migrante.












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